Sin embargo, a pesar de que las cadenas de mensajes pudieran parecer un efecto secundario del precio de dichos mensajes (casi cero) y el esfuerzo y tiempo que supone reenviarlos (un click, un segundo), las cadenas de mensajes hunden sus raíces en tiempos en los que el correo electrónico no había sido inventado.
Si partimos de la base de que una cadena de mensajes tiene como objetivo la replicación, independientemente de su contenido, entonces hemos de remontarnos, como mínimo, al año 1902. Es la fecha que propone Daniel W. VanArsdale, un experto en la evolución de las cadenas de mensajes, que halló el siguiente mensaje fechado en ese año: “Haz siete copias de esto exactamente como está escrito”.
James Gleick, en su libro La información, abunda en la propagación de las cadenas de mensajes:
Las cadenas de mensajes se expandieron con la ayuda de una nueva tecnología del siglo XIX: el papel carbón, colocado entre dos hojas de papel en blanco. Más tarde el papel carbón estableció una relación simbiótica con otra tecnología, la máquina de escribir. Durante las primeras décadas del siglo XX se produjeron diversos brotes virales de cadenas de mensajes. (…) Cuando se difundió su utilización, otras dos tecnologías posteriores supusieron un aumento de los órdenes de magnitud en la fecundidad de las cadenas de mensajes: la máquina fotocopiadora (1950) y el correo electrónico (1995).
La moda de las cadenas de mensajes alcanzó tal grado de histeria en Estados Unidos entre los años 1935 y 1936, que incluso el Departamento Estatal de Correos, así como diversas agencias de opinión pública, se vio obligado a intervenir para acabar con este movimiento. Estérilmente, por supuesto. Al llegar la fotocopiadora, la cosa se puso mucho peor.
Si partimos de la base de que una cadena de mensajes tiene como objetivo la replicación, independientemente de su contenido, entonces hemos de remontarnos, como mínimo, al año 1902. Es la fecha que propone Daniel W. VanArsdale, un experto en la evolución de las cadenas de mensajes, que halló el siguiente mensaje fechado en ese año: “Haz siete copias de esto exactamente como está escrito”.
James Gleick, en su libro La información, abunda en la propagación de las cadenas de mensajes:
Las cadenas de mensajes se expandieron con la ayuda de una nueva tecnología del siglo XIX: el papel carbón, colocado entre dos hojas de papel en blanco. Más tarde el papel carbón estableció una relación simbiótica con otra tecnología, la máquina de escribir. Durante las primeras décadas del siglo XX se produjeron diversos brotes virales de cadenas de mensajes. (…) Cuando se difundió su utilización, otras dos tecnologías posteriores supusieron un aumento de los órdenes de magnitud en la fecundidad de las cadenas de mensajes: la máquina fotocopiadora (1950) y el correo electrónico (1995).
La moda de las cadenas de mensajes alcanzó tal grado de histeria en Estados Unidos entre los años 1935 y 1936, que incluso el Departamento Estatal de Correos, así como diversas agencias de opinión pública, se vio obligado a intervenir para acabar con este movimiento. Estérilmente, por supuesto. Al llegar la fotocopiadora, la cosa se puso mucho peor.
Los expertos en ciencias de la información Charles H. Bennett, de IBM en Nueva York, y Ming Li, de Ontario, Canadá, analizaron una serie de cadenas de mensajes de la época de la fotocopiadora. Recopilaron un total de 33, todas ellas variantes o mutaciones de una misma carta: se diferenciaban en las faltas de ortografía, omisiones de ciertas palabras o en la colocación de determinadas frases, tal y como señalaban en su informe: